FERNANDO III
Como un rayo de la guerra,
suscitado por Dios para rescatar España del dominio mahometano, descendió de
Norte a Sur el rey don Fernando III de Castilla y León, desde el castillo de
San Servando, de Toledo, ribera del Tajo, hasta las vegas del Guadalquivir,
conquistando villas, ciudades y reinos.
El próximo 30 de Mayo, como todos sabéis es el día de San Fernando, patrón de Sevilla. He aquí una de sus leyendas.
Según sabemos por cronistas de su tiempo, Fernando III fue hombre de valor increíble. Cierto día estando sitiada Sevilla, viendo que no era fácil tomar la ciudad por asalto a causa de sus poderosas murallas y la gran cantidad de gente que la guarnecían, pensó buscar él personalmente punto flaco donde poder atacar.
Sin comunicar la idea a sus capitanes, ya que no lo hubiesen dejado realizarla, se disfrazó de moro, y durante la noche se arrimó a un portillo de la muralla que estaba junto a la Puerta de Córdoba, (hoy Ronda de Capuchinos) y permaneció escondido oyendo el hablar de los centinelas enemigos. Se enteró que a ciertas horas de la madrugada abrían la Puerta de Córdoba para que entrasen por ella gentes que cultivaban las huertas por aquella parte y traían vituallas de las que se abastecían la ciudad. Se dirigió a la Puerta de Córdoba y mezclándose con los hortelanos, entró en la ciudad y recorrió toda la muralla por dentro para estudiar observar sus defensas.
Mientras tanto los caballeros del real habían echado de menos al rey, y como conocían su atrevimiento y audacia, y sabían que estaba preocupado por conocer las defensas de Sevilla, pensaron inmediatamente en que el rey había cometido la temeridad de entrar en la ciudad. Don Rodrigo González de Girón, los hermanos Fernán Yáñez, don Juan de Mendoza y otros caballeros decidieron ir a buscarle, así que se presentaron ante la Puerta de Jerez, echaron un garfio con una cuerda, treparon a la muralla y se descolgaron dentro de Sevilla, caminando espada en mano hasta la Mezquita Mayor, ante cuya torre (hoy la Giralda), fueron descubiertos por los moros. Nunca había ocurrido caso semejante, y la ciudad se despertó sobresaltada en un tumulto de gritos que decían:
Mientras tanto los caballeros del real habían echado de menos al rey, y como conocían su atrevimiento y audacia, y sabían que estaba preocupado por conocer las defensas de Sevilla, pensaron inmediatamente en que el rey había cometido la temeridad de entrar en la ciudad. Don Rodrigo González de Girón, los hermanos Fernán Yáñez, don Juan de Mendoza y otros caballeros decidieron ir a buscarle, así que se presentaron ante la Puerta de Jerez, echaron un garfio con una cuerda, treparon a la muralla y se descolgaron dentro de Sevilla, caminando espada en mano hasta la Mezquita Mayor, ante cuya torre (hoy la Giralda), fueron descubiertos por los moros. Nunca había ocurrido caso semejante, y la ciudad se despertó sobresaltada en un tumulto de gritos que decían:
—Los cristianos están entrando en
Sevilla.
Gran número de soldados y de
caballeros musulmanes salieron de sus casas armándose a toda prisa, para
contener a lo que ellos creían que era todo el ejército cristiano, cuando en
realidad eran cinco o seis caballeros. Ante la Mezquita, en lo que hoy es calle
Alemanes, tuvieron un terrible choque, pero por fortuna para ellos pudieron
salir con bien, y durante el encuentro se les unió el rey san Fernando que al
oír el tumulto comprendió que habían entrado los suyos para ayudarle a salir.
Defendiéndose bizarramente se
retiraron otra vez hacia la Puerta de Jerez, sin tener bajas, y cuando
consiguieron salir al campo el rey san Fernando comenzó a amonestar a sus
caballeros por haber entrado en la ciudad metiéndose literalmente en la boca
del lobo, pero don Rodrigo González de Girón le contestó entre atrevido y
burlón:
—En paz estamos señor, que
también vos os metisteis en Sevilla sin pedirnos consejo.
Y todos juntos, satisfechos de
tan buen lance, regresaron al real de Tablada. Parece increíble, pero es un
suceso completamente auténtico del que existen testimonios fehacientes,
quedando así probado el valor de aquel rey, quizás el único monarca que yendo
al frente de su ejército, se atrevió a entrar solo y disfrazado en una plaza
enemiga.
De cómo Hércules fundó Sevilla
Nos trasladamos al año 1000 antes de
Jesucristo cuando llegaron los primeros
navegantes fenicios a España. Venían surcando el mar Mediterráneo, habiendo
costeado el Norte de África, donde aprendieron la religión egipcia y donde fundaron una colonia, cerca de la actual Túnez,
a la que dieron el nombre de Kar-tago, que significa Ciudad Nueva. Desde ahí
continuaron progresando en sus periplos, acercándose cada vez
más al Estrecho de Gibraltar, el cual al principio no osaban pasar, por el
miedo que sentían todos los antiguos al océano desconocido, el Atlántico.
Fue el navegante Melkart quien desafiando las corrientes de Gibraltar, decide pasar con su baro.
Después de encontrar el océano
Atlántico, siguió costeando hacia el Norte, hasta que encontró la desembocadura
del Guadalquivir. Decide remontar el río, hasta llegar al lugar que hoy ocupa
Sevilla. Aquí, en un islote formado entre dos brazos del río, encontró sitio
para fundar una factoría comercial.
Melkart, el navegante, no
solamente estableció aquí la primera factoría comercial fenicia a la que dio el
nombre de Hispalis que en idioma fenicio parece significar «llanura junto a un
río», sino que además consiguió mediante tratados, y mediante
incursiones armadas, apoderarse del monopolio de las pieles y cueros de
Andalucía, probablemente enseñando a los indígenas turdetanos a capturar y
matar los infinitos toros bravos que ocupaban los montes y llanos de la región,
sometiendo al rey de los turdetanos, llamado Gerión, a quien impuso además de
una servidumbre comercial, el cambio de la religión primitiva que profesaban
los turdetanos, por la nueva religión egipcia.
Hasta aquí los hechos tal como
ocurrieron. Más tarde, sobre esta base real se formó la leyenda. Melkart cuando
murió, fue declarado por los egipcios y fenicios como héroe, santo, y dios,
cambiándose luego su nombre de Melkart, por el de Herakles, y entre los latinos
por Hércules.
Es natural que se le considerase
héroe, puesto que había sido el primero en atreverse a una navegación por un
océano desconocido que se suponía lleno de maleficios y peligros. Es natural
que se le considerase santo y dios, por haber llevado una religión, a unos
pueblos salvajes.
Pues del mismo modo fue como
Melkart, llamado Herakles y Hércules, subió a los altares de la mitología
clásica.
Después, los poetas y los autores
de tragedias, en Grecia y Roma, inventaron, con sucesos auténticos de su vida,
las leyendas de Los doce trabajos de
Hércules entre los cuales figuran, más o menos embellecidos, «el haber roto
las montañas que unían África y España», lo que significa simbólicamente el
haber forzado el paso del Estrecho, derribando los mitos y temores, y
convirtiendo en «Plus Ultra» lo que hasta entonces había sido «Non plus Ultra».
Y otro suceso, el de haberse apoderado del mercado de cueros y pieles de toros,
que enriqueció el comercio fenicio, se convierte en la leyenda de que «limpió
los establos del rey Gerión, y domesticó a los toros feroces».
Sevilla, a través de todos los
historiadores y cronistas, ha reconocido siempre, y reconoce a Hércules como
fundador de la ciudad. Por esto, encontramos su estatua colocada en los lugares
públicos, y en el puesto de honor de los padres de la patria. Así, en el
arquillo del Ayuntamiento, la estatua de Hércules es la primera. Y cuando el
insigne asistente de la ciudad, don Francisco de Zapata y Cisneros, conde de
Barajas, construyó el paseo de la Alameda, puso en él, rematando una de las
columnas traídas del templo de la calle Mármoles al nuevo paseo, la estatua de
Hércules, fundador de Sevilla, y dio, precisamente su nombre al lugar, que
desde entonces se llama Alameda de Hércules.
EL HOMBRE DE PIEDRA
En el barrio de San Lorenzo, y
pasando desde la calle de Santa Clara a la de Jesús del Gran Poder, discurre
una calleja larga y estrecha que se llama calle Hombre de Piedra, porque en
ella, y empotrada en una hornacina a nivel de la acera, puede verse una estatua
de piedra, de borrosos relieves, que lleva allí varios siglos. La calle se
llamó desde el siglo XIII hasta el XV calle del Buen Rostro, pero en época del
rey don Juan II cambió su nombre al aparecer la estatua del hombre de piedra,
junto con la leyenda de su milagroso y dramático origen.
Para entender la leyenda es
preciso que antes nos traslademos a la Plaza del Salvador, en la esquina a
calle Villegas, donde encontraremos adosada al muro de la iglesia Colegial, una
cruz de gran tamaño, la Cruz de los Polaineros, y bajo ella una lápida, escrita
en caracteres y ortografía antiguos, que dice así:
EL REY
DON JUAN. LEY 11
El rey i toda persona que
topare el Santísimo Sacramento
se apee, aunque sea en el lodo
so pena de 600 maravedises
de aquel tiempo, según la loable
costumbre desta ciudad
o que pierda la cabalgadura
y si fuere moro de catorce años arriba
que hinque las rodillas
o que pierda todo lo que llevare vestido…
Por esta lápida, colocada en la
iglesia del Salvador, vemos la devoción que existía en Sevilla, de ponerse de
rodillas en el suelo cuando pasase el Santísimo Sacramento, aunque hubiera lodo
por haber llovido; piadosa costumbre de la que no se libraba ni siquiera el rey
ni los más altos caballeros, so pena de perder el caballo y pagar seiscientos
maravedises de multa; y el que no tuviera caballo ni bienes, perder la ropa que
llevase puesta.
Vista así, la reverencia con que
se miraba al Santísimo Sacramento en tiempos pasados, volvamos a la barriada de
San Lorenzo, en cuya calle Buen Rostro, había una taberna, allá por los años
del siglo XV.
Y sucedió que se encontraban en
la taberna varios compadres, bebiendo vino, cuando se oyó venir por la
dirección de la parroquia de San Lorenzo, el tintineo de una campanilla
acompañada de un susurro de voces que rezaban.
Al ver aproximarse la comitiva,
los bebedores de la taberna, aunque eran gentes poco religiosas, más dados al
vino y al juego que a la piedad, interrumpieron sus conversaciones y se
aprestaron a arrodillarse un instante mientras pasaba el Sacramento. Pero uno
de ellos, llamado Mateo el Rubio, que
se tenía por valiente y era el matón del barrio, haciendo alarde de
incredulidad para demostrar su temple ante los otros, dijo en voz alta:
—Ea, hatajo de gallinas, que os
arrodilláis como mujeres. Ahora veréis un hombre terne. No me arrodillaré, sino
que me quedaré de pie, para siempre.
Y en efecto permaneció allí para
siempre, pues un trueno ensordecedor estalló sobre la calle, y sobre el impío
cayó un rayo que le convirtió en piedra, y le metió de pie hasta las rodillas
en el suelo.
Y allí está todavía el cuerpo
petrificado del pecador blasfemo, que se atrevió a desafiar a Dios.
Por este ejemplar escarmiento, la
calle Buen Rostro se llama desde entonces del Hombre de Piedra, donde aún puede
verse el testimonio de aquel terrible suceso.
LA CABEZA DEL REY DON PEDRO
Pedro I, el Cruel o el Justiciero, según quien haga las crónicas, fue un rey que ha dado mucho que hablar. No son pocas las historias que se cuentan de él. Una de ellas es una leyenda cuya prueba aún perdura en una calle sevillana. Según cuenta la leyenda, todo aconteció bien por un lío de faldas o por desafiar al entonces alcalde de la ciudad, Domingo Cerón, quien afirmaba que en la ciudad no se cometía ningún delito que quedase sin castigo, cosa que el monarca quiso comprobar. Caminaba solo por la ciudad embozado en su capa cuando se encontró con un rival directo: uno de los Guzmanes, hijo del Conde de Niebla, familia que apoyaba a Enrique de Trastámara, hermano bastardo del rey, que quería destronarle. Un mal encuentro que por supuesto acabó en choque de espadas. Un duelo nocturno, que acabó en la muerte del miembro de los Guzmanes. Y una testigo que vio entre tinieblas y oyó desde la ventana lo sucedido: una anciana que se asomó alarmada por el ruido de aceros; alumbrándose con un candil pudo distinguir que el matador era un hombre rubio, que ceceaba al hablar y al que le sonaban las rodillas al andar como si entrechocaran nueces, o sea, el mismísimo rey. Por miedo a ser descubierta se retiró precipitadamente de la ventana, lo que provocó que el candil con el que se alumbraba cayera a la calle y fuera descubierto por los alguaciles, que dedujeron lo sucedido y la detuvieron. Con el tiempo se ha podido demostrar gracias a un estudio médico realizado por el Dr. González Moya sobre los restos de Pedro I (enterrado en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla), que debido a una parálisis cerebral infantil, el monarca sufrió un desarrollo físico incompleto en algunas partes del cuerpo: las piernas. Como era de esperar, al día siguiente los Guzmanes exigieron justicia, a lo que el rey contestó prometiendo la cabeza del culpable en el lugar del asesinato. Fue la misma anciana quien al cabo de unos días llevaron para atestiguar, aunque se negó a hacerlo, por temor a represalias. En un momento, el rey llamó a la anciana a su presencia y le dijo al oído "Di a quien viste y no te ocurrirá nada; te doy mi palabra". La anciana, ante la promesa del rey se tranquilizó, y pidió a este que le trajesen un espejo. Se situó justo delante del rey con el espejo frente a este y le dijo: "Aquí tenéis a vuestro asesino". El rey digamos que cumplió a su manera la promesa de cortar la cabeza del asesino. Mandó colocar una caja de madera en el lugar del suceso, en la cual, aseguraba a los ofendidos Guzmanes, se guardaba la cabeza del asesino y ordenó que esta no se abriese hasta el día de su muerte, siendo vigilada día y noche. Al morir Pedro I se abrió la caja y cual fue la sorpresa de todos al encontrar en ella un busto del monarca. Aún a día de hoy está visible, aunque no es primitivo, y da nombre a la calle Cabeza del rey don Pedro.
DOÑA MARIA CORONEL Y EL REY DON PEDRO I
Doña María Coronel estaba casada con Don Juan de la Cerda, descendiente de la Familia Real de León. Don Juan fue condenado y decapitado por formar parte en una conspiración contra el trono de Don Pedro I llamado "el Cruel". Doña María Coronel ya viuda, vivía sola y tranquila administrando sus bienes. Pasado el tiempo, Don Pedro I, conoció a Doña María y quedó perdidamente enamorado de ella. Don Pedro persiguió durante un tiempo a Doña María que huía de él allá donde se encontrase. Cansada de tantas persecuciones, Doña María decide irse a vivir con sus padres. Una noche, tuvo que huir de casa de sus padres por una ventana trasera, ya que Don Pedro se disponía a asaltar la casa para llevársela al Alcázar. En su huida, Doña María fue a esconderse al Convento de Santa Clara donde, temiendo que el Rey entrase a buscarla, la escondieron en una zanja que había en el patio, la cubrieron con maderas y le echaron tierra por encima. Al día siguiente, alguien informó al Rey del paradero de Doña María y este fue de inmediato a buscarla aunque por suerte no la encontró, ya que aún seguía escondida. El rey dejó pasar un tiempo, y un día por sorpresa se presentó en el convento. Cuando Doña María se vió descubierta, corrió a la cocina y sin pensarlo dos veces, cogió una sartén con aceite hirviendo que ella misma se vertió en la cara con la única pretensión de dejar de gustarle al rey. Don Pedro I al entrar en la cocina y ver el rostro sangriento y quemado de Doña María, huyó despavorido. El Rey arrepentido y presa del remordimiento, ordenó a la Priora que cuidase de ella y que se le diera todo lo que necesitara además de que le informaran de cualquier deseo que Doña María tuviese con intención de concedérselo para acallar su mala conciencia. Doña María sólo pidió al Rey que le devolviese el solar que había arrebatado a su marido, para construir un Convento, a lo cual el rey accedió construyendo el que hoy es el Convento de Santa Inés. Al cabo de los años, al morir Doña María ya en avanzada edad (era en aquel momento la priora), fue enterrada en el coro del convento. Años más tarde al realizar unas obras de restauración, encontraron su ataúd. Al abrir el ataúd descubrieron que el cadáver de Doña María se conservaba inexplicablemente en perfecto estado. Tanto es así, que incluso se le pueden ver las cicatrices de las heridas del aceite en la cara. El cadáver de Doña María se introdujo en una urna que, hoy en día, puede visitarse todos los días 2 de diciembre de cada año en la Iglesia de Santa Inés.
EL LAGARTO DE LA CATEDRAL DE SEVILLA
¿Sabéis que en el Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla existe un lagarto colgado del techo?.
¿Porqué está allí?
Pues cuenta la leyenda que cuando reinaba Alfonso X, el que apodaban el sabio y siendo el año de 1260, el sultán de Egipto envió una embajada con el propósito de pedir la mano de su hija Berenguela.
Entre los presentes que trajo la embajada se encontraba un colmillo de elefanta, un lagarto vivo del Nilo y una jirafa.
El rey rechazó la pretensión del Sultán y envió de vuelta una embajada a Egipto cargada con buenos deseos y regalos, excepto el lagarto, una jirafa que se quedaron en los jardines del Alcázar y el colmillo de Elefante. Una vez muerto el lagarto, fue disecado y colgado en la catedral, junto al colmillo de elefante y a la vara de mando que trajo de vuelta la embajada enviada por de Alfonso X.
El reptil se pudrió y en su lugar se colgó uno de madera pintado
LA BELLA SUSONA
Os traigo un nuevo relato de una de las muchas leyendas que existen en Sevilla. En esta ocasión la de la Bella Susona. Este relato enfrenta el amor con la traición y el arrepentimiento.
Empiezo a contaros la historia
Susana Ben Susón, apodada Susona, era una joven Sevillana judía conocida popularmente por su belleza. Era hija del judío converso Diego Susón.
En la edad Media los judíos fueron un colectivo oprimido en Sevilla, llegando a producirse una matanza en la judería allá por el año 1.391. Todo ello provoca la fundación de la Santa Inquisición allá por el años 1.478. Corría el año 1.480, cuando un grupo de Judíos de Sevilla, Utrera y Carmona tramaban una conspiración para desestabilizar el Estado, siendo uno de los cabecillas el padre de la Bella Susona Los conspiradores se reunían en casa de Diego Susón, donde preparaban sus planes que incluían la liberación de presos que produjera desórdenes, beneficiar el poder musulmán y llevar a cabo levantamientos violentos en las principales ciudades.
El amor de Susona era un joven cristiano y por miedo a los cauces que estaba tomando los acontecimientos, le contó los planes que su padre y el resto de judíos planeaban llevar a cabo.
Acudió el joven cristiano a D. Diego de Merlo, asistente mayor de Sevilla, para informarle de lo contado por la hermosa joven. Diego de Merlo reuniendo una pequeña tropa de soldados, se presentó en una de esas reuniones arrestando a todos los judíos presentes y condenándolos a muerte. Susona sufrió un gran sentimiento de culpa por haber traicionado a su padre. Esto hizo que se recluyera en un convento. A su muerte ordenó que colgaran en la puerta de su casa, en el Barrio de Santa Cruz, su cabeza para recordarle a todos su traición. Cuando su cabeza se pudrió fue sustituido por un candil y posteriormente por un azulejo donde se muestra su calavera.
LA PIEDRA LLOROSA
Reinaba en España Isabel II, siendo gobierno de Narváez y tiempos de la Primera Guerra Carlista, un grupo de jóvenes liberales de Sevilla se alzaron en armas y se tiraron al monte. Iban camino de Ronda, cuando fueron alcanzados por regimientos de Albuera y Alcantara. Los que no murieron en el desigual enfrentamiento, fueron capturados y llevados a Sevilla para su ejecución.
El alcalde García de Vinuesa pidió en vano su indulto. Llegada la mañana del 11 de Julio fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas para ser fusilados. Todos en Sevilla, como era costumbre en la época, acudieron para ver el espectáculo. El regidor lloró aquella matanza sobre un mojón que, desde entonces, es conocida como La Piedra Llorosa.
LA MUJER EMPAREDADA
Esta leyenda nos lleva al invierno de 1868, a la casa de Esteban Pérez en la calle Marqués de la Mina, nº 4, cerca de la Parroquia de San Lorenzo. Esteban era un obrero de la construcción conocido por no importarle la hora, el momento o el lugar de la obra.
El caballero le explicó que el trabajo consistía en levantar un tabique en al alacena donde se encontraba esa mujer. Esteban volvió a negarse y de nuevo le apuntó con el arma, por lo que no tuvo más remedio que acceder a sus pretensiones. En aquel momento sonó una campanada de un reloj de la calle, aunque no sabía si era la una o los cuartos.
Rápidamente fue a la Policía a contar los hechos, pues quería localizar a la mujer antes de que falleciese.
Después de un buen rato de explicarle varias veces todos los hechos a la policía, esta comprendió que en el único lugar en Sevilla donde a esas horas sonaban los cuartos era en el reloj de la Parroquia de San Lorenzo, por lo que le habían tenido dando vueltas en los traslados para que pensara que estaba más lejos. Teniendo este dato pronto encontraron la casa del asesino ya que por entonces no existían muchas con sótanos.
Se personaron en la casa, detuvieron al asesino y rescataron a la mujer sana y salva.
Muy curiosas todas las historias que nos comentas.
ResponderEliminarConozco la de Fernando III ya que nos la contaron durante un free tour Sevilla y nos pareció interesante, tanto que a la vuelta he decidido profundizar en la historia, fue así como llegué hasta tu post. Lo cierto que es una leyenda, pero hizo nuestra estancia en la ciudad mucho más interesante y divertida.
Por cierto, muchas gracias por compartir las leyendas, muchas de ellas las desconocía.
Saludos.
Guao
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