Cuenta la leyenda que una noche, durante el asedio a la ciudad de Sevilla, el rey Fernando III de Castilla, estando en el campamento, se postró ante la Virgen de los Reyes para pedirle auxilio. Siendo entonces cuando la Virgen lo llamó por su nombre y le dijo: ''Tienes una constante protectora en mi imagen de la Antigua, a la que tú quieres mucho y que está en Sevilla'', prometiéndole la victoria.
Después, un ángel le hizo penetrar en la ciudad hasta llegar a la mezquita principal en cuyo interior le fue mostrada la pared que la ocultaba, que se volvió trasparente, tal como el cristal, y Fernando III pudo contemplar la imagen de la Virgen tal como había sido pintada siglos atrás.
El mismo ángel le orientó para volver al campamento, al que llegó sin menor sospecha e ileso.
Pocos días, tras la rendición de la ciudad, Fernando III de Castilla entró en Sevilla el 23 de noviembre de 1248, en la fiesta de San Clemente.
Por ello el primer monasterio que fundó fue uno con este nombre, que desde entonces lo mantiene la orden del Cister. Coincidió esta efeméride con el cumpleaños del príncipe, el futuro Alfonso X el Sabio.
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