Nos trasladamos al año 1000 antes de
Jesucristo cuando llegaron los primeros
navegantes fenicios a España. Venían surcando el mar Mediterráneo, habiendo
costeado el Norte de África, donde aprendieron la religión egipcia y donde fundaron una colonia, cerca de la actual Túnez,
a la que dieron el nombre de Kar-tago, que significa Ciudad Nueva. Desde ahí
continuaron progresando en sus periplos, acercándose cada vez
más al Estrecho de Gibraltar, el cual al principio no osaban pasar, por el
miedo que sentían todos los antiguos al océano desconocido, el Atlántico.
Fue el navegante Melkart quien desafiando las corrientes de Gibraltar, decide pasar con su baro.
Después de encontrar el océano
Atlántico, siguió costeando hacia el Norte, hasta que encontró la desembocadura
del Guadalquivir. Decide remontar el río, hasta llegar al lugar que hoy ocupa
Sevilla. Aquí, en un islote formado entre dos brazos del río, encontró sitio
para fundar una factoría comercial.
Melkart, el navegante, no
solamente estableció aquí la primera factoría comercial fenicia a la que dio el
nombre de Hispalis que en idioma fenicio parece significar «llanura junto a un
río», sino que además consiguió mediante tratados, y mediante
incursiones armadas, apoderarse del monopolio de las pieles y cueros de
Andalucía, probablemente enseñando a los indígenas turdetanos a capturar y
matar los infinitos toros bravos que ocupaban los montes y llanos de la región,
sometiendo al rey de los turdetanos, llamado Gerión, a quien impuso además de
una servidumbre comercial, el cambio de la religión primitiva que profesaban
los turdetanos, por la nueva religión egipcia.
Hasta aquí los hechos tal como
ocurrieron. Más tarde, sobre esta base real se formó la leyenda. Melkart cuando
murió, fue declarado por los egipcios y fenicios como héroe, santo, y dios,
cambiándose luego su nombre de Melkart, por el de Herakles, y entre los latinos
por Hércules.
Es natural que se le considerase
héroe, puesto que había sido el primero en atreverse a una navegación por un
océano desconocido que se suponía lleno de maleficios y peligros. Es natural
que se le considerase santo y dios, por haber llevado una religión, a unos
pueblos salvajes.
En realidad los fenicios se
comportaron exactamente igual que se han comportado los pueblos posteriores, y
así nosotros los españoles hemos considerado héroes a los audaces descubridores
de América, que fundaron ciudades en México o en Perú, y les hemos reconocido
virtudes piadosas, por haber llevado nuestra religión cristiana a los indios
salvajes del Nuevo Mundo. No han faltado repetidas proposiciones e intentos,
para canonizar a Cristóbal Colón como santo, por haber sido el iniciador de la
cristianización de América, y aun hoy se está promoviendo por ese motivo la
causa de santidad en favor de la reina Isabel la Católica, por haber
patrocinado el descubrimiento de América, que duplicó el ámbito de la
cristiandad.
Pues del mismo modo fue como
Melkart, llamado Herakles y Hércules, subió a los altares de la mitología
clásica.
Después, los poetas y los autores
de tragedias, en Grecia y Roma, inventaron, con sucesos auténticos de su vida,
las leyendas de Los doce trabajos de
Hércules entre los cuales figuran, más o menos embellecidos, «el haber roto
las montañas que unían África y España», lo que significa simbólicamente el
haber forzado el paso del Estrecho, derribando los mitos y temores, y
convirtiendo en «Plus Ultra» lo que hasta entonces había sido «Non plus Ultra».
Y otro suceso, el de haberse apoderado del mercado de cueros y pieles de toros,
que enriqueció el comercio fenicio, se convierte en la leyenda de que «limpió
los establos del rey Gerión, y domesticó a los toros feroces».
Sevilla, a través de todos los
historiadores y cronistas, ha reconocido siempre, y reconoce a Hércules como
fundador de la ciudad. Por esto, encontramos su estatua colocada en los lugares
públicos, y en el puesto de honor de los padres de la patria. Así, en el
arquillo del Ayuntamiento, la estatua de Hércules es la primera. Y cuando el
insigne asistente de la ciudad, don Francisco de Zapata y Cisneros, conde de
Barajas, construyó el paseo de la Alameda, puso en él, rematando una de las
columnas traídas del templo de la calle Mármoles al nuevo paseo, la estatua de
Hércules, fundador de Sevilla, y dio, precisamente su nombre al lugar, que
desde entonces se llama Alameda de Hércules.
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